ALFABETOS |
Por Bartolomé Ferrando
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Así ocurre en este libro donde la palabra, a veces multiplicada y expandida, ha naufragado en varias ocasiones, y solo quedan huellas de ésta, a veces diseminadas, que se muestran a modo de alfabetos, invitándonos así a crear un modo distinto de habla o una novedosa relación con lo que nos rodea. Se trataría, en todo caso, de un habla diferente que albergaría, además de palabras, colores, trazos gestuales, gritos, condensaciones o grumos de voz, abandonando, aunque fuera sólo un poco, la compresión y condensación a la que el habla común nos tiene sometidos. Se trataría, con estos alfabetos, de imaginar recorridos nunca realizados; de pintar con la voz; de construir arquitecturas frágiles, y hasta, en ocasiones, de estrujar los sonidos a fin de producir sonoridades nunca oídas, como aquellas que “escuchábamos”, asombrados, ante un cuadro de Henri Michaux en el que una muchedumbre de signos se desplazaba y apretaba gritando de una parte a otra del lienzo. “La pintura es escritura”, decía Octavio Paz ¹, aludiendo al Gran Vidrio de Duchamp; una escritura que, en mi opinión, tendrá aquí la posibilidad de ser articulada y pronunciada. En este libro, se muestran algunos alfabetos: los producidos por los poetas Calleja, Caulfield, Gangi y Gubbins, en los que la escritura, como punto de origen, convive con la pintura, con la escultura, con la arquitectura o con la danza, dando forma a múltiples cruces intermedia por los que quisiera pasear de forma individualizada. J.M.CALLEJA En la obra de Calleja, por ejemplo, cuando la letra A del alfabeto conversa con el agua, la C con un grupo de cartas de la baraja española o la F con unas tiras de negativo fotográfico de celuloide ausente de imágenes, se produce una articulación que pudiera parecer reductiva. Sería así, si el círculo se cerrara con este enlace, pero, si le damos la vuelta al círculo, es decir, si empiezo a recorrerlo en sentido inverso, la relación que se establece entre la letra A y la imagen escrito-dibujada del agua, se muestra sólo como un punto de partida: como el comienzo de una relación estrecha entre el signo alfabético y la imagen, que da pie, ya no a quedarse estático y rígido ante esa conexión mostrada, sino más bien a abrir el enlace A-agua a cualquier lugar común en donde ésta se encuentre; y así, de ese modo, podríamos “ver” mentalmente letras “A” de tamaños diversos al abrir el grifo de la cocina de casa o al encontrarnos de pronto frente al mar, yendo más allá de la relación con una marca concreta de agua mineral apuntada en la imagen primera de este alfabeto. Pero ni siquiera con esa inversión se acaba el recorrido de esta primera imagen, pues, por otra parte, la letra A del alfabeto abre aquí sus puertas, en otras direcciones, para combinarse y articularse con otras imágenes como la de un alfiler, una almendra o un bloque de arcilla, por ejemplo, en donde la impronta de la “A” quedaría adherida al icono de cada uno de los substantivos, abriendo así de nuevo el enlace, aunque de modo diferente, con cada una de las posibles variantes icónicas o tridimensionales, de los objetos mencionados. CARLOTA CAULFIELD La escritura de los signos del Alfabesi de Caulfield, se muestra de otro modo: cada una de las letras escribe y dibuja su propio territorio, trazando recorridos lineales que tienen su punto de origen en el mismo signo, como si de una imagen estelar de cuerpos diversos se tratara. Y así, si el “Agua en el agua” inicial de la primera letra, se mantiene en su propio territorio líquido, “La divinidad nace en A” crea una línea bien distinta, al recorrer otros paisajes y alcanzar territorios desconocidos y hasta inextricables. Y si la “Letra de oído aguzado” se separa sólo un poco del signo y apenas le da la vuelta, el “Juego de alternancias silábicas” escribe una línea intermitente, aparentemente descompuesta. Pero todo confluye hacia un mismo punto de partida, hacia su punto de origen, alrededor del cual se amalgaman sensaciones diversas y discursos de densidades variables. Cada línea alberga un habla distinta; dispone de un cuerpo único y expone a su vez su propia delgadez, enlazada a una determinada estructura ósea que le es característica. Así observo las veintiséis figuras del Alfabesi de Caulfield. Y por otra parte, en el interior de cada una de estas imágenes, las frases no se tocan, sino que se rodean de capas de silencio que dificultan la escucha de cualquier otro recorrido. Entre dos líneas cualesquiera hay un abismo, y lo que una dice, nunca es escuchado por otra. Se miran entre sí, pero no se palpan ni se oyen. Se diría que cada línea tiene sus propios ojos, aunque también que carece de manos y de oídos. Observo así el cromatismo de cada uno de los breves discursos que dan forma a los signos del Alfabesi, que inundan el aire de matices y tonos deshilachados. Cada estrella brilla con colores distintos. ARIEL GANGI Que en Alphaumbra expone, junto al alfabeto, las sombras de éste, convertidas en objetos y en personajes diversos. Unas sombras que, en palabras de Dorfles “nos permiten captar el auténtico significado de la luz» ². De una luz ordenada alfabéticamente y a su vez separada entre sí, letra a letra, ante la cual los diferentes signos se muestran aquí desnudos de todo aditamento o adorno, aunque enlazados a su propia huella, que es a su vez un lugar de fuga y de recorrido. Pero de un recorrido que está situado tan sólo en el inicio de su camino; “que es la sombra del cuerpo”, tal y como afirmaba Seymour al referirse a la obra de Richard Long ³; y de un cuerpo que en sí mismo es, muy probablemente, la abstracción de un objeto real. Y así, en Alphaumbra, la estructura del signo alfabético se transforma a veces en la sombra de un tenedor y un cuchillo, mientras que en otras, por ejemplo, la huella adopta la huella negra de una pistola, de unas tijeras o de una señal de doble dirección, siguiendo la disposición original de las líneas constituyentes de cada una de las letras del alfabeto, que se habrían originado, a su vez, siguiendo la estructura de un objeto concreto. Pero el tránsito entre signo y huella tiene componentes aleatorios, pues el tenedor y cuchillo podría ser substituido por dos lápices, y las tijeras podrían haber sido unas alicates o una pinza de ropa, los cuales se pondrían en contacto con el signo y, de forma más lejana, con el objeto u objetos originales de donde éste parte. Aunque, bajo mi punto de vista, lo que más se destaca en el Alphaumbra no son los signos mismos, sino más bien la sombras que éstos “producen”. Y es que, según Hausmann “es la sombra lo que desintegra y lo que deforma las cosas» 4. Es la sombra la que dirige al signo, en una dirección marcada por el objeto que muestra y desvela, situado en un camino que apenas acaba de iniciarse. MARTIN GUBBINS Y los bloques alfabéticos de Gubbins son, en sí mismos, densidades y disoluciones escritas, compuestos por líneas, grumos, ecos y desvanecimientos de signos, que dan forma a una malla, a un tejido, a una textura de letras deformadas en forma de encaje, en donde estrías de niebla ocultan edificios verticales de trazos. Los bloques podrían verse como geografías de grafos, ocupadas por un variable y diverso número de habitantes, marcado y determinado por las leyes del azar. Celosías murmuradas; arquitecturas de voz escrita, en las que el habla negra cabalga sobre el silencio en un sinfín de alternancias y cruces, empedrando el área con bloques apelmazados y soldados de granito y de viento. El tiempo se muestra congelado, y no sólo abre sus puertas al espacio, sino que es también espacio, por cuyas venas circula el aire que todavía no ha sido contaminado por la escritura. Pero la parálisis es sólo parcial, ya que, de pronto, sentimos que el conjunto escrito, que parecía dormido, se desliza verticalmente a gran velocidad, arrastrando y deformando los signos que contiene. Los bloques de escritura se exponen así llenos de vida y de movimiento. La escritura se escurre y, en ocasiones, casi desaparece.
¹ Paz, Octavio. Apariencia desnuda. Ediciones Era, Mexico, 1973, p.30 ² Dorfles, Gillo. Imágenes interpuestas. De las costumbres al arte. Edit. Espasa Calpe, Madrid, 1989, p.154 ³ Seymour, Anne. “Walking in circles”, en el catálogo del mismo nombre de la exposición de Richard Long de la Hayward Gallery, del 14 de junio al 12 de agosto, Edit. Thames and Hudson, London, 1991, p. 25 4 Chévrier, Jean François. “Las relaciones del cuerpo”, en el catálogo Raoul Hausmann, correspondiente a la exposición celebrada en el IVAM, Centro Julio González, entre el 10 de febrero y el 24 de abril de 1994, IVAM, Valencia, 1994, p.109 |
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Prólogo del libro ABCDario… Ediciones Canibaal. Valencia 2015 |