TRIÁNGULO DIVINO | |
Materiales: Espejo en forma de triángulo equilátero (150 cm. de lado y 6 mm. de grueso) y 100 kilos de cabello humano.Colaboración: Perruqueria Bel (Mataró). |
TRIÁNGULO DIVINO | |
Atrapa’m per la seda dels meus rínxols, M. dels Àngels Ballbé |
UN TRIÁNGULO EN EL ÚTERO DEL PARÉNTESIS |
Gustavo Vega
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Se abre la puerta -paréntesis que separa el discurso de la calle, de los sentidos, de la quietud del concepto que da sentido al discurso- y el ojo se inmiscuye a través del vano en la redondez sepulcral de un espacio que, hoy caverna de referencias, fue horno de ciudadela en otro tiempo. Se trata de un recinto circular limitado por la solidez de un muro. En su centro, en el suelo, un triángulo equilátero, suma de otros cuatro triángulos equiláteros menores, se interpone al paso. Los pies se frenan. La mirada se sorprende, el triángulo del centro es un espejo que devuelve la mirada a los ojos que miran, al tiempo que completa en su interior la redondez de la bóveda que cubre desde lo alto todo el espacio. Redondez perfecta, hueco, de un instante hecho mirada entre la infinitud del tiempo. Asomados al espejo la caverna es vertical, y su boca es un brocal limitado por las angulosas dimensiones de tres triángulos de cabello. Son cabellos de mujer. Cabellos triangulares de mujer. Pubis abstracto -perfección platónica del concepto, de lo abstracto-. Los signos devienen símbolos, señales, evidencias. Unos y otros se superponen, se devoran, y se multiplican. La mirada es devuelta al ojo. El ojo proyecta la mirada contra la bóveda, la de arriba, la de abajo. Y el espacio, el de la profundidad del espejo, el del fondo de lo alto, de pronto se transforma para el ojo en un abismo sin orillas al tiempo que es un límite sin abismos. Veo. Veo. El ojo late abismado en lo redondo. Dios es redondo. La mujer embarazada también. El triángulo asume la redondez de la bóveda. Triangulación del círculo –una nueva versión de la clásica cuadratura para una mentalidad más paritaria-. Son tres triángulos de cabello –intimidad femenina- que, juntos, conforman una unidad mayor, un triángulo que es suma y que asume la existencia de los otros –como sucede en todas las divinas trinidades que hipostasían a las fuerzas primordiales- al tiempo que refleja en su interior –metálico, mineral brillo de espejo- todo un mundo que es catedral, y es útero(1). Brahma, Shiva y Visnú son tres principios –divinidades- que conforman un Absoluto que asume en su ser todas las contradicciones: destrucción y creación, muerte y vida, dolor insoportable y placer extremo y, también, lo efímero del pelo y lo perenne del firmamento de piedra del horno. Pero puede suceder que, de pronto, en el laberinto redondo, en el jardín, te hiera un rayo que traspasa tus oídos, tus sienes, de oscuridades. Alguien que afirme con sorna: ¿tío, esto qué es? Y que su voz arrastre al ojo hacia un alguien que, con más o menos cicatrices de tiempo en la cara, busque el sentido de lo que ve pronunciando un discurso sin sentido. En todo caso, el suceso reafirma la idea: la clasicidad de la composición –su anhelo platónico de inmovilidad- se deshace en el instante. La visión ha sido un presente efímero. Los ojos regresan vertiginosamente al tren de los instantes huecos, a la cotidianidad. J.M.Calleja, ducho en el arte de la creación de poemas visuales, acciones e instalaciones, es un experimentado hacedor de metáforas, un explorador de recursos poéticos que van desde lo lingüístico –“mis ojos rastrean / los párpados del mar”, publicó en su Fruto deshabitado, el año 1980- a instalaciones en las que el simbolismo y la utilización de elementos antagónicos –coincidentia oppositorum, a veces- nos inducen a la reflexión. El repertorio de sus materiales es, por definición, ilimitado. Aunque son los elementos más primarios sus preferidos. Así, el agua, la sal –sal a toneladas; 2 toneladas utilizó en su última instalación de Vitoria, Espejismo -, el fuego, la arena… o el rumor de las olas del mar, se convierten en sus manos en realidades que son referencia a otras realidades. Símbolos, metáforas, que en virtud de su posición en el espacio, de su número, color, serialización… modifican o multiplican el valor analógico y poetizador que ya tienen per se. Desdoblan una y otra vez su poder de fascinación. Todo ello con una característica general que es propia de su obra, su lirismo. Un lirismo que en ocasiones puede resultarnos desconcertante, e incluso incómodo. En cada una de sus instalaciones son fundamentales las características del espacio de su realización. En este sentido, el lugar define la obra. El hombre se deja herir –guiar- por la circunstancia. Aunque, ello, con un truco previo: los espacios son siempre espacios privilegiados. No vale cualquier lugar. El autor cuida su elección. El sitio, sea un edificio como este antiguo horno, un viejo depósito de aguas en Vitoria(2), un claustro en Girona(3), o sea una calle en L’Hospitalet(4) o en Mataró(5), o el mar abierto de su propia ciudad, ha de tener una especial significación. Ha de desprender una forma particular de energía. Lo apolíneo en la obra de J.M.Calleja, el griego que llevamos dentro, está una y otra vez presente en el cálculo matemático –pitagorismo implícito- que se manifiesta en todas sus instalaciones y en sus eventos. Juega con los límites, pero estos bien calculados. Coloca objetos en el espacio o realiza acciones, pero los somete a un riguroso orden. El tiempo y el espacio bien medidos, comedidos. Y la medida intencionadamente puesta en evidencia, y sin engaños para el ojo –no como como sucede en el Partenón-. El cosmos se impone al caos. Apolo gana la partida a Dionisos, aunque ésta haya sido realizada con unos dados –ver por ejemplo Efigie, 1984-. 1 Triángulo Divino. Ciudadela Horno, Pamplona, 2000 |
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Texto del catálogo Triángulo Divino. Ciudadela Horno. Pamplona 2000 |