J.M.Calleja

 

Verbi gratia

Víctor Infantes

El verbo se hizo verbo (¡por fin!) y conjugó entre nosotros. Y se dividió en tres flexiones y, además, se ordenó en modos, tiempos, números y personas, y clases. Si tenemos el verbo, tenemos, con él, mucho ganado, pero también mucho por conseguir; porque hay verbos para todos los gustos. Empecemos por las clases. Los tenemos auxiliares, que son los que nos ayudan; causativos, que son los que el sujeto no ejecuta la acción, sino que la hace ejecutar por otro (muy, muy usados por determinados sujetos); copulativos, también muy usados entre dos (o más) sujetos; defectivos, que son los que no se usan en todas sus posibilidades; deponentes, raros, con doble personalidad, porque son activos, pero se conjugan en pasiva y tiene, por tanto, dos voces (indistintamente complementarias); semideponentes, más raros todavía, jánicos a voluntad, porque se conjugan en activa en el presente y en pasiva en el pasado, pero con significado activo (lo siento, lo dice la RAE); frecuentativos, los que repiten acciones (a veces, insistentemente); impersonales, como carecen de personalidad, se conjugan en la tercera, sin querer saber nada de sí mismos; tercipersonales, son los que solo se conjugan en tercera persona del singular y del plural (y, a veces, como buenos pronombres freudianos de doble personalidad están hartos de los anteriores); incoativos, los que indican el comienzo de la acción (también denominados, en ocasiones, verbosya); transitivos, estos los conocemos bien, son los que transitan, van y vuelven; intransitivos, en cambio, los estáticos, parados e inmóviles; irregulares, no son muchos, pero es mejor no tratar habitualmente con ellos; pronominales, peligrosos, porque se conjugan en todas sus formas con un pronombre que concuerda con el sujeto y no desempeñan ninguna función sintáctica; regulares, los más coherentes de todos, nos podemos fiar de ellos; etc. Hay más clases, pero con estas ya tenemos bastantes ejemplos para poder conjugar con ciertas garantías. Así lo ha hecho el autor.

Si tenemos el verbo, los verbos, tenemos sus modos, que también se llaman, los llaman (curiosamente:) accidentes. Uno de ellos es indicativo de por dónde van los tiros; otro es muy subjuntivo, muy subjetivo para muchas cosas; también condicional, que nos determina y nos supedita y, por último, imperativo, que ordena y manda sin contemplaciones a todas las personas, menos a sí mismas (carecen de yo).

Si tenemos el verbo podemos contar con el tiempo, con los tiempos; no con todo el tiempo, pero sí con algunos tiempos, los más importantes, tanto simples como compuestos: el pasado (ya pasado), el presente (que acaba ahora mismo de ser también pasado, al escribirlo) y el futuro (que será pasado ya cuando esto se publique, pero que lo es mientras lo escribo).

Nos queda la persona y su número, la identidad (yo, tú, él), las identidades (nosotros, vosotros, ellos); lo más personal, lo más íntimo, pero también lo colectivo, lo social. Aquí estamos todos, con nuestra (de)nominación más elemental.

Todos somos verbales, algunos verbosos y muchos más de los que nos creemos atacados de verborrea (también diagnosticada como verborragia), por eso, cuando nos ponemos a conjugar no siempre las cosas son como parecen o como deberían ser. Y J. M. Calleja se ha dado cuenta antes que nadie y nos avisa: cuidado con los tiempos verbales y, sobre todo, con las personas, con algunas personas.

Por todo ello, y con todo ello, aunque todos podemos conjugar con todas las personas, hay que estar atentos a la última persona, porque el que conjuga el último (como el que ríe) tiene la última palabra. Yo conjugo, tú conjugas, él conjuga, nosotros conjugamos, vosotros conjugáis y ellos, bueno, ellos, sí, también conjugan, pero a veces cambian de verbo y son capaces de suplantar toda la conjugación.

Prólogo  del libro T(i)EMP(O)s VERBAL(e)s. Madrid 2012